Tatiana StanisLavska es ucraniana. Ella pasó cuatro veranos en Aranda, desde los 12 hasta los 16, con sus “papás de adopción”, María Jesús y José Luis. Desde entonces, no han perdido nunca la relación que ahora a la fuerza, con 37 años, se ha hecho mucho más estrecha motivada por la cruel guerra que está asolando Ucrania por la invasión rusa.

Ella es una de las 56 personas que viajaron en el autobús fletado por Diario de Sanse y que llegó a la localidad la pasada semana. No llegó sola, porque la acompañaban su hijo Yevhenii de 16 años, su hija Oleksandra que ha cumplido 18 años en su huida y su madre Schkolna Lubov de 65. Ya llevan una semana entre nosotros y hemos querido conocer su historia.

Ellos viven en Kiev, pero en cuanto sonaron las primeras bombas el 24 de febrero en la ciudad “cogimos la ropa y salimos a una huerta que tenemos a 25 kilómetros de Kiev”, cuenta. La situación continuó y decidieron marcharse, dejando allí a su marido y su hermano. “Cogimos la ropa en 15 minutos y salimos en el coche, después viajamos en tren hasta Polonia”, relata, enumerando un periplo que se les hizo interminable. Sabían que querían viajar a Aranda con María Jesús, pero no encontraban la manera de hacerlo.

Fue enconces cuando recibieron un mensaje de su familia arandina. Diario de Sanse contrataba un autocar para acercar a España a personas refugiadas. María Jesús se enteró y contó lo que ocurría. Así que, a partir de ahí, se logró coordinar su recogida. El sábado 12 el autobús llegaría Crackovia, les recogería, y al día siguiente viajarían hasta el centro de registro de la ciudad de Przemyśl donde subirían el resto de refugiados para dirigirse a España.

Para Yevhenii y Oleksandra tampoco es nuevo estar en Aranda, ya estuvieron un verano en casa de María Jesús, quién también ha viajado en varias ocasiones a Ucrania para visitarles. Pero este viaje es muy diferente, porque no hay fecha de regreso ni, quizás, casa a la que volver. “No hacen más que caer bombas de arriba. Siempre estamos mirando imágenes por Internet y nos preguntamos si tengo casa o no tengo casa”, comenta Tatiana, quien a pesar de todo está contenta porque sabe que, de momento, su familia en Ucrania sigue viva.

Una historia que se repite

Durante el regreso a España, el equipo encargado de cubrir todo el viaje pudo entrevistar a la familia. Destacó por encima de todo la dura situación de la abuela la abuela, Lubov. Ella vivía con su familia a 10 kilómetros de Chernóbil cuando tuvo lugar el accidente nuclear en 1986. En cuestión de pocas horas se aisló un área de 30 kilómetros alrededor de la central y les pilló de lleno. “Les dijeron que en pocos minutos recogiesen la ropa sólo para tres días, pero no ha podido regresar nunca porque aún continúa aislada la zona, y ahora tiene que vivir esta pesadilla de nuevo”, nos cuenta su hija, lamentando que ahora sufren otra vez sin saber si podrán volver a casa o si se mantiene en pie.

A la derecha, Tatiana junto a sus dos hijos y su madre, a la izquierda su madre de acogida. Foto: Diario de Sanse

Tatiana es encuadernadora y,lógicamente, se ha quedado sin trabajo. Su deseo es poder integrarse en Aranda. También espera que sus hijos puedan proseguir con sus estudios.

Yevhenii estudia automoción y Oleksandra había acabado diseño gráfico. “Ha estado estudiando 3 años y este año tenía que recoger el título, pero no sé si lo conseguirá o se quedará sin nada”, se apena su madre.

De ser dos a triplicarse en casa

María Jesús explica que en su casa sólo viven su marido y ella hasta que ha llegado su “familia” ucraniana. Asegura que hay capacidad para todos, pero que el mayor problema es el del lenguaje. “Cuando no está Tatiana no podemos hablar”, expresa, explicando que, por ejemplo, si coge una patata les dice cómo se pronuncia para que vayan aprendiendo vocabulario.

Aumenta la familia y también aumentan los gastos, porque los que llegan vienen “con lo puesto”. A pesar de ello, asegura que se podrán arreglar.

No pueden ayudar, no obstante, a paliar la tristeza. “Están asustados, la abuela llora muchas veces”, cuenta María Jesús. Sobre todo lo pasa mal cuando pasan días sin que lleguen noticias de los suyos y no es posible contactar con ellos. “No podemos hacer nada desde aquí, hacemos lo que podemos con los que están aquí, pero con los de allí no, así que lo que intentamos es que estén lo más tranquilos posible”, relata.

 

Tampoco pueden evitar el miedo: “Antes de ayer íbamos por San Juan y bajaron de repente una persiana, y la abuela se asustó mucho, pero es que es normal, poco a poco se irá todo normalizando”, espera María Jesús.

Por el momento, los cuatro se están habituando a la vida española, y lo hacen lo mejor que pueden. Eso sí, con la mirada puesta hacia el noreste y con muchísima esperanza de volver con los suyos, con su vida.

Tatiana en la entrevista durante el viaje. Foto: Diario de Sanse

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