En el puente del Día del Padre el teatro Adolfo Marsillach nos obsequió a quienes quisimos acercarnos a su interior con una obra atípica, bonita y valiente como pocas. Cris, pequeña valiente, se asoma a la vida de las infancias trans narrando la historia de Cris, una niña que, desde muy pronto supo que lo era, a pesar de que el sexo que se le asignó al nacer era el de un niño.

Foto: El Espejo Negro

Para las personas que durante nuestra infancia y adolescencia no tuvimos ningún contacto con la realidad trans resulta necesario acercarse a ver espectáculos y proyectos de este tipo, pues necesitamos abrir más nuestras mentes y corazones o, por lo menos, comprender más aquello que nos ha sido tan desconocido y, si, además el espectáculo resulta bello, sensible, cercano y enternecedor ello ayuda a darnos esperanza en mejorar las cosas.

En Ciencias Biológicas y Sociales ya se estudian las bases científicas de algo que algunas personas se niegan a asumir como algo natural, respetable y digno de protección. Como nos explicaron en la obra, está demostrado que durante las primeras cinco o seis semanas el embrión es siempre un proyecto de niña y, luego, diversos factores entremezclados pueden hacer que la niña inicial termine siendo un niño al nacer. Estos cambios hormonales y físicos, como muchas cosas en la vida, tienen sus grados y eso explica, como seguramente lo explican también con cierto peso otros factores sociales en juego, pues no todo en el ser humano es puramente biológico, la realidad trans y la de personas que no se sienten cómodas bajo la etiqueta del sexo asignado al nacer.

Expongo aquí un texto extraído del libro “Atención a la Diversidad y Pedagogía Diferencial” coordinado por M.ª Ángeles González Galán M.ª Paz Trillo Miravalles y Rosa María Goig Martínez en su capítulo Diversidad afectivo-sexual y educación,  cuyos autores son Alberto Izquierdo-Montero y Marcos Román González para profundizar algo más en esto antes de comentar más sobre la obra:

“Partiendo de un abordaje propio de las ciencias naturales, ya se evidencia la enorme complejidad inherente al concepto de «sexo biológico». Los últimos desarrollos científicos desde la Biología nos han hecho saber que la diversidad sexual no es tan sencilla como podría parecernos (Castro, 2003; De Juan-Herrero y Pérez, 2007; Marcuello y Elósegui, 2004; Roldán, López y Cabello, 2004). En este sentido, la concepción emergente de diversidad biológico-sexual va más allá de la separación clara y dicotómica entre «hombre» y «mujer», reconociendo diversos estados «intersexuales» que se ubican entre ambos polos y a lo largo de un continuo (Gregori, 2006). Es decir, de la imagen metafórica que imagina la diversidad sexual como dos «cajones» con fronteras bien delimitadas (Hombre y Mujer), pasamos a otra que propone una línea continua donde los sujetos se sitúan en una sexualidad con las fronteras más difusas.

Así, la ciencia biológica actual ya reconoce y distingue entre varios niveles de diferenciación sexual en el sujeto humano, es decir, entre varios componentes biológico-sexuales que en conjunto determinan el carácter sexual de un organismo. Tal y como recopila Vargas (2012) apoyándose en otras autorías, podemos identificar: el sexo cromosómico (XY, XX…); el sexo gonadal (ovarios, testículos…); el sexo hormonal (estrógenos, progestágenos, andrógenos…); el sexo genital externo (clítoris, labios vaginales, pene…); y el sexo cerebral (p. ej., desarrollo o no de receptores con mayor grado de sensibilidad a los estrógenos…). Estos cinco componentes o niveles de diferenciación sexual no siempre están alineados entre sí y, lo que es más importante, muchos de ellos admiten variaciones graduales internas (p. ej a nivel de sexo hormonal, la presencia testosterona en un organismo no es una cuestión de todo o nada, sino que se acepta un amplio abanico de valores intermedios)”

 

Al margen de cuestiones científicas, desde luego es el aspecto de la humanidad, la empatía, la comprensión, la tolerancia y, ante todo, el respeto, de mucho más valor que la mera tolerancia,  lo que es más importante de todo. Así lo cuenta la obra con sumo ingenio, simpatía, sentido del humor, bella musicalidad, metáforas visuales, arte guiñol, y actoral sobresaliente, bellas máscaras, un vestuario ingenioso y que aporta fuerza a la historia y una bellísima puesta en escena. Desde el primer precioso juego de voces de la canción inicial hasta la despedida del actor y las actrices esta obra se atreve a contarnos algo aún difícil de contar a un público mayoritario de una forma que lo hace mucho más cercano a nuestras vidas y a nuestros corazones.

Laura Ramos, asistente a la representación de la obra “Cris, pequeña valiente”, en el teatro Adolfo Marsillach

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