Detrás de cada pareja que participa en la macroboda de San Sebastián de los Reyes hay una historia de amor. Sin embargo, solo una de ellas ha recorrido miles de kilómetros, dejando atrás no sólo tierras, sino también miedos y un difícil pasado. Es el caso de Lala, una joven colombiana que llegó a España embarazada, y Juan, su pareja, que empujados por el deseo de proteger a su hija de un entorno que consideraban demasiado hostil para criarla, llegaron el pasado noviembre a España.

El aterrizaje en un nuevo país para ambos fue, como ocurre con la mayoría de los procesos migratorios, más duro de lo que imaginaban. Llegaron sin papeles, dependiendo de trabajos esporádicos y mal remunerados, tratando de mantenerse a flote mientras lidiaban con la lentitud de la burocracia y la falta de información. Aunque pensaron que el nacimiento de su hija aceleraría los procesos para regularizar su situación, el sistema les puso en espera durante meses. Aún a día de hoy, la cita para obtener el DNI de la pequeña sigue tramitándose.

En mitad de una rutina marcada por obstáculos, un modesto panfleto parroquial se convirtió en el punto de inflexión de sus vidas.

Mucho más que una boda
La macroboda no estaba entre sus planes. La curiosidad les llevó a investigar acerca de este evento, que unido al entusiasmo que les transmitieron otras parejas que ya se habían inscrito, terminó por convencerles. Aunque apenas quedaba tiempo para empezar los cursos prematrimoniales, ambos fueron acogidos sin reparos.

Lo que empezó como una idea remota terminó siendo un espacio de encuentro y comunidad. Durante los meses previos a la ceremonia, los novios han compartido talleres, tareas organizativas y momentos con otras parejas. Lejos de una boda tradicional, esta
experiencia se ha transformado en una red de apoyo donde todos aportan algo:
algunos se encargan de las flores, otros de la música, del montaje o de los ramos. Lala, por ejemplo, ha puesto al servicio del grupo sus conocimientos en diseño gráfico, elaborando las
invitaciones digitales.

El amor como salvavidas
Lala y Juan se conocieron en Colombia cuando ambos eran estudiantes. Desde entonces, su relación ha sido una cadena de adaptaciones y decisiones comprometidas. Su historia no ha sido sencilla: la falta de recursos, el desarraigo y la constante incertidumbre han formado parte de su camino.

Pese a todo, han seguido adelante. La joven reconoce que hubo momentos en los que sintió que no podrían lograrlo. Sin embargo, durante este proceso también han aprendido a confiar tanto en su fe como en la fuerza que han desarrollado juntos. El camino a España no solo implicó un cambio de país, sino una transformación personal marcada por la necesidad de creer en sus capacidades incluso cuando todo parecía en contra.

Ahora, con una hija de cinco meses y una boda en el horizonte, su mirada hacia el futuro se ha vuelto más firme, pues aunque sigue sorteando adversidades, la joven alega “no haber perdido la esperanza nunca”.

Una lección de persistencia
Más allá del vestido, las alianzas o las flores, lo que esta pareja deja sobre el altar es una historia de perseverancia. En su testimonio resuena un mensaje poderoso: “los sueños no deben dejarse atrás, aunque el presente sea incierto”. Para Lala, como para muchas otras mujeres migrantes, la clave ha sido creer en su propio potencial, en su capacidad de aprender, reinventarse y ofrecer algo valioso al país que ahora la acoge.

Ella, como tantas otras, no olvida lo que ha costado llegar hasta aquí. Pero tampoco pierde de vista lo que puede aportar. A través de su creatividad y su trabajo, espera devolver algo a la sociedad que ha comenzado a abrirle sus puertas.

Mientras esto ocurre, la pareja se prepara para celebrar su boda, asociándola no con un final feliz, sino con un nuevo comienzo.

Para quienes participan, casarse en la macroboda no es solo sellar una unión amorosa, sino también dar ejemplo de que es posible construir, crear y festejar incluso en medio de enormes dificultades personales. Lo que podría parecer a simple vista una boda
multitudinaria es, en realidad, una gran celebración de la vida misma.

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